Los Pieles Rojas
Manitú, el gran Dios de los
Pieles Rojas dormía profundamente después de haber creado la Tierra. Cuando
despertó se sintió tan feliz de su obra que decidió dar un paseo.
Recorrió muchas comarcas, divisó
desde el pico más alto los valles, los ríos y los lagos; ¡era todo tan hermoso!
Y sin embargo, algo faltaba o más bien, alguien que habitara aquel maravilloso
lugar. Entonces, tomo un poco de arcilla y modeló un muñeco estupendo.
Cuando quiso pararlo y darle vida
interior para que se moviera, el muñeco se desvaneció. Manitú tomó más arcilla
para formar otro muñeco, pero esta vez. También creó un horno, dentro del cual,
puso a hornear el muñeco.
Se sentó a esperar el resultado,
pero como estaba tan cansado, se quedó dormido y soñó con todo lo que el hombre
haría en la Tierra. Presintió lo contento que viviría en ese mundo lleno de lo
necesario para ser feliz.
Aún estaba soñando, cuando
repentinamente lo despertó un intenso olor a quemado. Mi muñeco – dijo – y al
llegar al horno vio una terrible humareda. Sacó rápidamente al muñeco que
estaba tan quemado que parecía de carbón.
- ¡Se ha quemado! – exclamó
Manitú; sin embargo, no me disgusta. Será la raza negra.
Sin darse por vencido, el gran
Dios tomó otro trozo de arcilla y moldeó otro muñeco. Esta vez, puso poca leña
para que no se quemara y lo sacó en poco tiempo. Aunque resultó que ya estaba
cocido, la figura era muy pálida y sin color.
¡Qué desastre! – dijo Manitú –
ésta será la raza blanca.
Como no estaba satisfecho con su
creación, agarró más arcilla y se dispuso a elaborar otro muñeco. Deseoso de
que no se quemara, pero que tuviera color, roció al muñeco con aceite. Cuando
estuvo cocido, el muñeco resultó tan amarillo, que Manitú insistió sin perder
el ánimo: ¡Será la raza amarilla!
Tras una breve reflexión, Manitú
se dijo: Bueno, ya tengo la raza negra, la blanca y la amarilla, pero aún no
logro lo que quiero, así que moldeó otro muñeco y lo metió en el horno. Fue
alimentando poco a poco el fuego. De cuando en cuando miraba al interior del
horno, hasta que reconoció una figura de tez rojiza que no era ni pálida ni
oscura u opaca. ¡Magnífico!, ¡Magnífico!, gritó con entusiasmo, - éstos serán
los Pieles Rojas y me parecen los más hermosos del mundo.
Fuentes:
Nélida Galván Macías –
Mitología de América para niños.
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