El origen del sapo
La tribu araucana de la región
central de lo que hoy es Chile, en América del Sur, tenía por jefe guerrero a
un hombre llamado Huataco, a quien todos querían y respetaban por su valentía y
arrojo, como también por sus grandes cualidades humanas. Su fama llegó a otros
pueblos donde aprendieron también a respetarlo y quererlo.
Huataco estaba enamorado de
Tadela, una hermosa joven hija de un cacique vecino. Ambos se querían y
planeaban casarse, lo que alegraba a todos los que los conocían.
Cuando llegó el momento de pedir
en matrimonio a la bella Tadela, el monarca araucano envió a sus emisarios ante
el padre de la princesa. Le envió un sinfín de obsequios, anunciando su visita
para el día siguiente.
Cuando llegó Huataco, se postró
ante el monarca y tras presentarle sus respetos, le pidió a Tadela en
matrimonio. El rey mandó llamar a su hija y le preguntó su voluntad. Ella
manifestó su deseo de casarse con Huataco y todos muy contentos fijaron la
fecha de la boda para cinco lunas después.
Tras el compromiso establecido,
la hechicera de la tribu comenzó a quemar yerbas para consagrar el momento. Se
dice que el humo comenzó a subir en espiral, en vez de elevarse en línea recta.
Aquello fue interpretado como un signo de mala suerte, por lo cual, todos se
apresuraron a apagar el fuego.
Para contrarrestar lo que
consideraron un símbolo de mal agüero, Tadela regaló a su prometido una hermosa
piedra verde, que representaba la felicidad entre los araucanos. Huataco, a su
vez, rompió su lanza, golpeándola contra el altar de los sacrificios, como un ritual encaminado a terminar con los malos
presagios de infortunio que se anunciaban.
Así llegó el día de la boda.
Todos habían olvidado las viejas profecías. El pueblo demostraba su felicidad
con cantos y bailes, reían y entregaban presentes a la novia que presidía con
su hermosura aquellas festividades en su honor.
La ceremonia se efectuó, y
después de cumplir los ritos del matrimonio, hubo grandes demostraciones de
júbilo que se extendieron hasta el anochecer. Cuando apareció la luna y la
gente despedía a los esposos, se oyó una misteriosa voz que provenía de la
laguna. Era una voz de gran poder de atracción que repetía insistentemente el
nombre de Huataco. Estaba llamándolo:
¡Huataco!, ¡Huataaacoooo ven!
Todos quedaron paralizados
escuchando aquella voz.
Ante el asombro de Tadela, su
padre y todo el pueblo, Huataco comenzó a caminar como un sonámbulo. Llevaba
los brazos en alto y se dirigía hacia la laguna. Tadela intentó detenerlo, pero
era tan poderoso el influjo que aquella voz producía en él, que resultó
prácticamente imposible sacarlo de ese magnetismo. Muchos hombres hicieron una
valla para detenerlo, pero Huatuco cobró una fuerza sobrenatural que apartaba
todo cuanto se interponía en su camino.
Al ver que sus esfuerzos
resultaban inútiles, todos caminaron tras él, implorando a los buenos dioses
que combatieran ese extraño mal.
Cuando llegaron a la laguna, los
hechiceros comprendieron que la luna no había aprobado la boda de Tadela y
Huataco. La luna había bajado a la laguna para llevárselo. Ante la maldad de la
diosa que se oponía a la felicidad de la pareja y del pueblo, los hechiceros
invocaron al dios del mal para que viniera a prestarles ayuda.
El dios del mal los escuchó y llegó
de inmediato. Sólo así Huataco detuvo su andar. Justo a la orilla de la laguna.
La gente presenció cómo las dos fuerzas poderosas estaban en pugna: una
tirándolo hacia la laguna y la otra, retirándolo del agua.
Por fin Huataco giró sobre sus
pies como liberándose de algo y comenzó a correr desesperado hacia Tadela. El
dios del mal le había ganado a la luna, ante el regocijo del pueblo, quienes
celebraron una danza triunfal alrededor de la pareja para festejar el
acontecimiento.
Poco les duró la felicidad, ya
que el triunfo del dios del mal fue sólo momentáneo. Cuando ya todos se había
ido a descansar y todo parecía volver a la calma, las aguas de la laguna
subieron su nivel hasta llegar a las orillas del pueblo. Allí formaron un
riachuelo del cual se desprendió un hilo de agua que llegó hasta la alcoba
donde dormían profundamente los esposos.
Aquel hilillo de agua mojó
levemente los pies de Huatuco y se fue deslizando nuevamente de regreso a la
laguna, la cual, bajó sus aguas poco a poco, sin dejar rastro de que algo
extraño sucedió durante esa noche.
En la madrugada, Huataco
despertó, salió de su casa y se dirigió a la laguna sin que nadie lo viera.
Por la mañana, la princesa
despertó y no encontró a su esposo. Corrió por todas partes buscándolo pero
nadie sabía nada, entonces, oyó una voz que provenía de la laguna y le decía:
Adiós Tadela, me voy para siempre.
Esa voz se repetía como un eco:
¡Adiós Tadela! ¡Adiós Tadela!
Desesperada la princesa corrió
hasta la laguna, permaneció impávida unos instantes, revisó el lugar con la
mirada buscando a Huataco. Escudriñó todo el lugar, pero sólo encontró un
extraño animalito que saltó del agua. Nunca había visto uno igual, pequeño y
feo, con los ojos saltones que la miraban con profunda tristeza. A brincos se
fue acercando a ella y del cuerpo de aquel extraño animal salió la voz de su
amado Huataco. Asombrada oyó que le decía: ¡Adiós Tadela, me voy para siempre!
Saltando se alejó de ella y se perdió en las profundidades de la laguna.
Triste y desconsolada, Tadela
permaneció ahí por muchos días, rogando a la diosa de la luna que la reuniera
con Huataco. La diosa los había castigado porque no le hicieron ningún honor
cuando decidieron casarse y como castigo había convertido en sapo a Huataco.
Sin embargo, el amor de Tadela la conmovió, así que la convirtió en otro
animalito parecido, pero menos feo, era una rana que de un gran salto se
sumergió también en las aguas de la laguna para buscar a su amado esposo.
De esta manera surgieron el sapo
y la rana que desde entonces, salen todas las noches de lluvia a croarle a la
luna reflejada en las lagunas, como un homenaje por haberlos unido para
siempre.
Fuentes:
Nélida Galván Macías – Mitología de América para niños.
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