Tonatiuh, “el dios sol” y su familia, vivían en el cielo trece, en un palacio inmenso rodeado de jardines increíbles y sin embargo verdaderos. Habitaban en el reino de la luz perpetua. De la luz de oro. Todo era claridad resplandeciente… No sabían de las noches y sus angustias. Eran felices.
Los dioses creadores miraban con enojo a los hombres que iban a los bosques, no a gozar de su belleza, sino a destruirlos. Veían que los hombres arrancaban los hermosos árboles que ellos habían hecho brotar de la tierra para que lucieran en las montañas y dieran reconfortante sombra, pero los hombres parecían no darse cuenta de la destrucción que llevaban a cabo.
Los dioses crearon el mundo, al hombre y su alimento. Y éstos los veían trabajar y vivir en paz, pero aún no estaban satisfechos del todo… algo faltaba, algo que alegrara las almas de sus criaturas y las distrajera luego de una larga jornada de trabajo… con lo que pudieran convivir unos con otros.
Los dioses se sintieron muy satisfechos cuando los hombres ya tenían el alimento. Creyeron que ya habían terminado su obra, pero vieron que los hombres estaban tristes y un dios dijo: - Debemos hacer algo para que el hombre se alegre, y cante y baile y sienta amor por la tierra.
El propio Quetzalcóatl cierra su ciclo con el descubrimiento del maíz, “nuestro sustento”. - ¿Qué comerán? ¡Oh dioses…! ¡Que descienda el maíz, nuestro sustento! – ordenaron los dioses una vez creados los hombres.
La humanidad atravesó por cuatro soles o “edades” antes de que los dioses crearan al hombre tal y como lo conocemos hoy. Es durante el quinto sol, cuyo principio tuvo lugar hace muchos, muchísimos años en Teotihuacán, bajo la adoración de Quetzalcóatl, que los dioses nuevamente se reunieron, preocupados por establecer una nueva especie humana sobre la tierra.
Cuando los dioses ya habían creado la tierra, el agua y el fuego, los otros dioses de la región de los muertos, llamada Mictlán, se pusieron muy contentos por todo lo creado. Pero se dieron cuenta de que el sol no les había quedado bien pues alumbraba muy poquito y no calentaba.
El creador del mundo maya era Hunab, y se creía que su hijo, Itzammá, señor de los cielos, de la noche y del día, había otorgado a los mayas la escritura, los códices y el calendario, Su culto estaba asociado a menudo con el de Kinch Ahí, dios del sol.
Una vez que Tezcatlipoca y Quetzalcóatl formaron la tierra, el agua tomó su cauce y fue buena; se llenó de espumas y olas como montes y colores jamás vistos. El agua tenía vida y por eso habitaban en sus profundidades animales preciosos e increíbles, fantásticos, como no los hay en tierra.