Águila Dorada


En el noreste de Argentina y muy cerca de los límites con Chile, existió un pueblo indígena que desafortunadamente fue exterminado. Sus habitantes fueron los Calchaquis, dueños de una rica y abundante cultura que sirvió de inspiración a este hermoso relato.


Cuenta la leyenda que un viejo rey inca que se encontraba al borde de la muerte, anhelaba entregar el reinado a su heredero, el príncipe “Águila Dorada” para que continuara el esplendor de la civilización Inca, pero, para desgracia del rey, su hijo estaba gravemente enfermo y ningún médico había logrado encontrar el mal que lo quejaba; sus súbditos hacían constantes imploraciones a los dioses por la salud del príncipe.

Por otra parte, los médicos y hechiceros no cesaban en su búsqueda por encontrar la medicina que pudiera curarlo, pero lejos de mejorar, el joven heredero del reino iba empeorando con el paso de los días.

El rey reunió a los hombres más sabios del pueblo, quienes al ver que ninguna medicina era capaz de curar al príncipe, decidieron como último recurso, llevarlo a una cascada encantada, cuya existencia se suponía al sur de las montañas nevadas. Los oriundos de la región aseguraban que era suficiente con tomar agua y bañarse en esa cascada para que los enfermos recuperaran la salud.

El camino sería largo y sinuoso, pero decidieron correr el riesgo, esperanzados en que sus fatigas serían recompensadas con la salud del príncipe.

El día que habrían de partir hacia la milagrosa cascada, formaron una larguísima caravana compuesta por elementos del más alto rango: sabios, médicos, nobles, guerreros, hechiceros y sacerdotes.

Todos partieron de aquel valle peruano del Cuzco, que fuera el centro de la cultura y poderíos de los Incas. Durante muchos días caminaron rumbo al sur, sorteando toda clase de peligros en su recorrido a través de altísimas montañas, prolongados valles y caudalosos ríos. Soportaron climas cálidos y fríos, enfrentaron animales salvajes y alimañas, hasta que por fin, un buen día, cuando ya se encontraban muy cerca de su destino, llegaron hasta el pie de una altísima montaña, cuya majestuosidad dejó impresionados a todos hasta hacerlos exclamar:

- ¡Aconcahua…! ¡Aconcahua…! Que en su lengua significa “vigía” o “centinela de piedra”.

Uno de los sabios aseguró que ese lugar era un augurio de que se destino se encontraba muy cerca. Redoblaron el paso con nuevos bríos, aceleraron la marcha y al poco tiempo oyeron un estruendoso sonido que se parecía al eco que repite el torrente de un río.

Todos se alegraron de haber llegado a la gran cascada. Sin embargo, aún los separaba de ella un abismo insondable, lo que hacía imposible el paso al manantial. Idearon mil formas de atravesarlo, pero no encontraron ninguna posible.

Cansados y desilusionados, decidieron pasar la noche ahí. Acamparon en el lugar algunos días en espera de encontrar una solución a su problema, pero los ánimos empezaron a flaquear y las fuerzas a declinar, hasta que una mañana, un fuerte temblor sacudió el lugar. Despavoridos, los Incas corrieron sin saber dónde refugiarse, pues parecía que la tierra quisiera arrojar un gran volcán.

Asombrados presenciaron un fenómeno maravilloso de la naturaleza, pero no era la erupción de un volcán ni su nacimiento como ellos lo imaginaron. Eran millares de rocas y piedras de todos los tamaños que se deslizaban por las laderas de las montañas. Caprichosamente se iban amontonando como si una mano gigante e invisible las fuera acomodando.

Maravillados presenciaron cómo se formaba un extraordinario puente que unía ambos lados del abismo. Cantaron y bailaron por el milagro que les permitiría llegar hasta el manantial.

El príncipe debió del agua y se bañó en ella. Así, Águila dorada, el futuro rey de los Incas, recuperó la salud.

Jubilosos regresaron al Cuzco y así fue cómo el anciano rey cedió el Imperio Inca a su hijo.

Para recordar aquel prodigio de la naturaleza, cuya existencia se atribuyó sin duda alguna a los dioses, la gente de la región puso por nombre a esa espléndida obra de la ingeniería divina, “El puente de Águila Dorada”.

El lugar existe aún en la provincia argentina de Mendoza y mucha gente acude ahí para bañarse en las aguas milagrosas de la cascada.  




Fuentes: 
Nélida Galván Macías – Mitología de América para niños.

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