1. No supongas. No des nada por supuesto. Si tienes duda aclárala. Si sospecha, pregunta. Suponer te hace inventar historias increíbles que solo envenenan tu alma y que no tienen fundamento.
Moctezuma significa señor respetable, el más joven descendiente por línea paterna de Quetzalcóatl y de la dinastía tolteca a través de la rama colhua – mexicana, entroncada en Acamapichtli y sus sucesores directos que fueron Huitzilíhuitl, Itzcóhuatl, Huehuemotecuhzoma su bisabuelo y Axayácatl su padre. Por el lado materno era tenido como descendiente del gran chichimeca Xólotl, ancestro de Nezahualcóyotl, señor de Texcoco, su abuelo, padre de Xochicuéyetl, su madre.
Un buen día Quetzalcóatl decidió bajar a la tierra y transmitir a los hombres sus conocimientos. Antes de dejar el hogar donde vivía con sus creadores – el señor y la señora Ome –, “la serpiente emplumada” fue a su huerta, rodeada de jardines encantados, y recogió algunas semillas de cacáhuatl y cacao para traerlas a la tierra y obsequiarlas a los hombres.
El pueblo azteca fue elegido por los dioses para establecerse en la tierra soñada. Este pueblo, al igual que el de los toltecas, procedía de un mítico lugar llamado “Chicomostoc”, que significa: lugar de las siete cavernas. El dios Huitzilopochtli les prometió un paraje que identificarían por determinadas plantas y animales.
Las tierras de Tula fueron un verdadero paraíso terrenal. El dios Quetzalcóatl amaba a este pueblo y le entregó innumerables riquezas y una extraordinaria cultura.
Los dioses crearon en la tierra un lugar bañado con la esmeralda de la vegetación. Todo era perfecto, hermoso y lleno de colorido: Teotihuacán, la ciudad de los dioses.
El año civil de los aztecas se dividía en dieciocho meses de veinte días cada uno, a los que se añadían cinco días intercalados que se consideran infaustosos o desgraciados, para llegar al número de 365.
La religión y el calendario estaban íntimamente relacionados, cada uno de los periodos calendáricos tenía una deidad que lo protegía. Los mayas creían en la inmortalidad del alma y en una vida ultraterrena.
Esta es la historia de la doncella Izquic, hija de un señor llamado Cuchumaquic, quien acostumbraba contarle la leyenda de un árbol de frutos muy extraños… Al crecer la doncella se preguntó por qué no habría de ir ella a conocer ese árbol, “ciertamente deben ser sabrosos los frutos de que oigo hablar”, y se puso en camino. Una vez frente al árbol, Izquic quedó fascinada por esos frutos tan redondos que cubrían todo el árbol, y se acercó a coger uno.