La música, el canto y el baile
Los dioses crearon el mundo, al hombre y su alimento. Y éstos los veían
trabajar y vivir en paz, pero aún no estaban satisfechos del todo… algo
faltaba, algo que alegrara las almas de sus criaturas y las distrajera luego de
una larga jornada de trabajo… con lo que pudieran convivir unos con otros.
Como de costumbre los dioses se reunieron; Tezcatlipoca Negro quiso
legarles la música, el canto y el baile, y así fue.
Tezcatlipoca Negro, dios del “espejo humeante”, buscó en la tierra a un
jovencito para enviarlo al lugar donde se alojaban los músicos con sus
respectivos instrumentos, con el encargo de trasladarlos a la tierra y poder
disfrutar de sus secretos.
Tú te harás cargo de llevar la alegría a los hombres… Surcarás los mares
y llegarás a la casa del Sol; ahí encontrarás a diversos músicos y cantores con
gran variedad de instrumentos.
- Pero, ¿cómo he de llegar hasta el Sol, señor del humo? – preguntó con
cierta incredulidad el jovencito.
- Cuando descubras el mar, pedirás ayuda a las tortugas, a las ballenas
y sirenas y acudirán inmediatamente; juntas formarán un extenso puente que te
llevará hasta donde está el Sol.
- ¿Y cómo sabrá el Sol que eres tú quien me ha enviado?
- Aprenderás un canto que entonarás en su presencia… Él te estará
aguardando.
Después de varios días de camino, el muchacho llegó al mar y llamó a los
seres acuáticos como le pidió
Tezcatlipoca: aparecieron por diversos puntos unas ballenas grandísimas, las
tortugas con la cabeza fuera de su caparazón y las sirenas entonaron bellas y
misteriosas melodías. Los animales se entrelazaron unos con otros formando
efectivamente un puente multiforme que parecía no tener fin y que cualquier
vista humana hubiera sido incapaz de abarcarlo en toda su extensión.
El muchacho emprendió el camino en busca del hogar del Sol; le llevó
días enteros llegar hasta allá, y para entonces apenas nada se divisaba de la
tierra. Comenzó por perder de vista las montañas y luego el reflejo de las
aguas. Después ya no quiso mirar para abajo y prefirió mantener la vista al
frente y caminar, caminar, caminar. Se detuvo por fin ante la puerta del Sol y,
allí, de pie, entonó la canción que el dios negro le enseñara.
Resultó un canto tan armónico, que el mismísimo señor Sol se conmovió.
Adivinando el significado de la presencia del chico allí, el Sol ordenó a sus
músicos que se taparan los oídos para que aquel canto no los sedujera: “No le
escuche nadie. No le respondan; aquel que se atreva a desobedecerme, tendrá que
irse para siempre con ese mortal”. A pesar de la amenazas, muchos ni siquiera
tuvieron tiempo de cubrir sus oídos bajo el hechizo de ese canto enigmático y
abandonaron la casa del señor Sol sin poder evitarlo. El muchacho seguía
entonando la canción aprendida del dios mientras descendía por el puente, pero
para desgracia del Sol, sus músicos poco a poco los fueron abandonando y
siguiendo al chico.
Ya en tierra, los hombres fueron a su encuentro y festejaron felices su
primera fiesta; estaban tan contentos escuchando las melodías de los músicos y
cantores traídos de donde el Sol, que, sin darse cuenta, comenzaron sus pies a
moverse y dibujar inexplicables figuras.
La música, el canto y el baile… un regalo de Tezcatlipoca Negro.
¿Sabías que?
Sus instrumentos más importantes eran el teponaztli – un pedazo de
tronco ahuecado –, que se tocaba con dos palillos y el huéhuetl – un tambor
vertical de madera –. Usaban, además, flautas, silbatos y sonajas, realizadas
con barro, caracoles marinos y huesos de animales.
Fuentes:
Nélida Galván – Mitología Mexicana para
niños.
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