Tula
Las tierras de Tula fueron un verdadero
paraíso terrenal. El dios Quetzalcóatl amaba a este pueblo y le entregó
innumerables riquezas y una extraordinaria cultura.
La ciudad fue construida para honrar a su
dios. Hermosas casas y palacios, templos donde los guardianes eran guerreros de
ocho metros de altura, los llamados atlantes de Tula.
Los campos eran valles de encantamiento,
donde todo era dicha y abundancia. Se cosechaban mazorcas tan grandes y gruesas
que tenían que llevarlas abrazadas y eran tan abundantes que las mazorcas
pequeñas las usaban como combustible. Las calabazas de esa tierra eran
grandísimas como un sol naciente. Las cañas de los bledos eran semejantes a las
palmas, a las cuales se podía subir por ellas.
Se producía el algodón de mil colores: rojo,
amarillo, rosa, morado, verde, azul; todos los colores eran naturales, así
nacían de la tierra las plantas de algodón. Nadie tenía que pintarlos. Se
creaban allí aves de rico plumaje: color de turquesa, de verde reluciente, de
amarillo, de pecho color de llama. Y aves preciosas de bello linaje, las que
cantaban bellamente, las que en las copas de los árboles trinaban.
Las piedras preciosas eran vistas en todos
lados con gran abundancia. Tanto era que todos los habitantes tenían y todos
eran ricos y felices, nunca sentían pobreza o pena, nada en su casa faltaba.
Los habitantes de Tula fabricaban tejidos
artísticos y mosaicos de plumas de mucho valor, y entre tanta belleza y
prodigio de esa tierra de ensueño, no faltaban las rojizas cacahuaxóchitl,
“flor de cacao”, que con sus cinco pétalos ensangrentados salpicaban de gotitas
purpurinas el famoso árbol.
Muy cierto que la famosa Tula era muy rica,
abundaba todo lo necesario para el buen comer, pero nada era tan valioso como
xocolóatl, “xocóyac”, ácida fermentada, de color, dar vueltas, y de atl, agua,
que se hace con el molinillo al dar vueltas, la bebida para los dioses.
Pero vino el tiempo en que terminó la fortuna
de ese dios, y por consiguiente la dicha de los toltecas. Aquella fue época de
infortunio y desdicha.
Quetzalcóatl tuvo que irse de esa tierra y
delante de él todas las aves de rico plumaje y dulces trinos habían abandonado
para siempre los bosques y las praderas. El dios iba por veredas desiertas. Ya
nada quedaba de su riqueza y poderío.
Todo se perdió en aquel lugar de sueño, la
tierra fértil y bondadosa se convirtió en caliza y desértica. Y aquel arbusto
extraordinario del cacao se transformó en árbol de espinosas ramas y el tesoro
de su vaina en semillas sin valor.
Fuentes:
Nélida Galván – Mitología Mexicana para
niños.
Si prefieres leer esto en Facebook, aquí te
comparto el link de su respectiva nota:
Comentarios
Publicar un comentario